Olvidado el olvido.


Ha vuelto a sonar el reloj y tú sigues durmiendo con los ojos abiertos, tumbado boca arriba. Si bien, parece que el techo te absorbiera  con su manuscrito de grietas, y yo, observo cómo intentas curarlas desde dentro, pero su raíz se te escapa a medida que se va abriendo el círculo de tus dudas existenciales, esas que poco a poco irás arrojando en un viejo baúl.
Da igual cómo te mire: no existo. Soy la sombra que te acompaña hasta que la oscuridad me invita a alejarme ti, dejándote sólo y llorando tus miedos; ese insecto que revolotea por tu alrededor y que, a veces, se posa en alguna parte desnuda de tu cuerpo, estorbándote. Por último, también soy ese ser inexistente para ti que mañana dejará de estar, a quien recordarás cuando tropieces con su tumba y critiques el olvido que tuvo alguien de no traerle flores. Quién sabe si el "quizás, no fue tan bueno cuando estaba vivo" sea tu primer juicio, sin que repares en que, tal vez, no pudo ocupar en las personas que quería más que un segundo lugar en sus vidas. 


 A pesar de que tú siempre ganas con tu particular desdén, siento que soy tu auxilio, aunque luego sea tu incordio y me obligues a marcharme. Pero por más que lo intente, no existe día en el que no deje de acordarme de ti: de tu voz, de tu mirada ausente y de tu vaivén de locura. Y todo llega, así como el día en el que tu mente grite el escalofrío de un nombre, las sílabas de una caricia, y será, sólo entonces, cuando decidas buscarme allí, donde habite el olvido.

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