Fragmentos

Un suceso demoledor el que se narra en estos fragmentos arropados en alguna parte de La lista de Schindler y de los cuales  me inspiré para escribir esta entrada. A medida que transcurre su relato, Thomas Keneally consigue despertar la memoria de las pocas personas que pudieron sobrevivir a la masacre humana que se llevó a cabo por el omnipotente, en aquellos años, imperio hitleriano. Quizá, como palabras claves para señalar tal acontecimiento histórico destacarían las de  "los campos de concentración de Auschwitz" o "la estación Cracovia-Plaszow", entre otras. Su único fin: exterminar la totalidad de la población judía utilizando los métodos más crueles de la historia de la humanidad.


Recuerdo de hace ya tiempo esta foto publicada en un periódico en el que se comenta una ínfima parte de aquellos duros tiempos que, si bien empiezan a percibirse rondando los años veinte, adquirirán su mayor dramatismo a partir de 1924 cuando  Adolf Hitler arremete contra "la doctrina judía del marxismo" en su conocida autobiografía política Mein Kampf (Mi Lucha), futuro libro de cabecera del movimiento nazi:

"La doctrina judía del marxismo rechaza el principio aristotélico de la naturaleza y antepone la cantidad numérica y su peso inerte al principio sempiterno de la fuerza y el poder" (pág. 69).


 Son numerosas las ejemplificaciones a las que se podrían aludir para visualizar esta tendencia ideológica y, en concreto, me gustaría citar unas breves líneas de Keneally:

"Los textos de instrucción de la SS, escritos para cubrir esas fútiles bajas, señalaba el necio error de creer que un judío [...] estaba desprovisto de armamento social [...] una mujer judía es una biología entera de traiciones, y un niño judío una bomba de tiempo cultural" (pág. 249).


Página tras página... líneas trenzadas que mis pupilas engullían y que puntualmente se ralentizaron en cuanto incalculé la escala de la desesperación a la que cualquiera puede verse sometido al presenciar las innumerables matanzas injustificadas. El panorama era desolador y la angustia social se palpaba en las mentes de la gente, en  esa dialéctica existencial que condujo a que muchos optaran por el suicidio colectivo, un modus operandi que tiene sus primeros inicios antes de Cristo.
He aquí un fascinante fragmento de la Lista de Keneally que podréis hallar entre las páginas 250-258 de la editorial Zeta.



"A menos de un kilómetro de distancia, un médico de hospital de convalecientes del gueto, el doctor D, estaba también despierto y mentalmente activo esa oscura mañana de la liquidación".
[...] El cianuro era la única droga sofisticada que quedaba [...] El suicidio era una posibilidad, desde luego. La eutanasia también. Pero la idea aterrorizaba a D.[...] Sabía que cualquier médico dotado de sentido común y una jeringa podía sumar, como una lista de compras, las ventajas de ambas posibilidades: inyectar el ácido cianhídrico, o abandonar a los pacientes a los Sonderkommandos
[...] Había adquirido su idea del suicidio en la infancia cuando su padre le había leído el informe de Flavio Josefo sobre el suicidio en masa de los fanáticos del mar Muerto antes de ser capturados por los romanos. Esa idea establecía que no se debía entrar en la muerte como en un puerto abrigado. Debía ser una clara negativa a rendirse.
[...] Ahora bien, incluso si el doctor B y él tomaban esa decisión, D no sabía si tendría valor para administrar cianuro a los pacientes, o contemplar con serenidad profesional a quien lo hiciera. Era, absurdamente, como aquel problema de la juventud: uno decidía aproximarse a la chica que le gustaba, pero, aun si lo decidía, eso no contaba; todavía era necesaria la acción.
[...] Todo fue tan tranquilo como D esperaba. Los miró. Tenían las bocas abiertas, pero sin exageración; los ojos vidriosos e inmunes, las cabezas hacia atrás, el mentón hacia lo alto. Los miró con la envidia que sentían todos los pobladores del gueto ante lo fugitivos".

El doctor D, percatándose de lo que pudiera ocurrir, decide enviar a sus casas a todos los enfermos hospitalizados, a excepción de aquellos que se encontraban en fase terminal. Sin lugar a dudas,  la SS no iba a tener compasión con ninguno de ellos, y por eso opta por darles una muerte más digna ¿cómo? Suministrándoles cianuro. Puede ser que para algunos de vosotros - incluso yo misma -  dude de si, en este caso, la agonía hubiera sido menor en manos de los nazis. Para ello, tendríamos que conocer a qué medicamentos se podía acceder y a cuáles, no. Y a pesar de los minuciosos estudios realizados, tan sólo quienes vivieron el horror de aquellos años podrían contarnos la verdad de esa parte de la historia  reflejada en las profundas zanjas donde se apilaban los cuerpos muertos o en los enormes hornos en donde se quemaban los cuerpos fallecidos o medio fallecer, así como los fusilamientos masivos. Porque la identidad de una persona no se define ni en el color, ni en el idioma y tampoco en la clase social. La identidad, señores, es única en los principios que uno decida tener y , a su vez, puede ser semejante a otras.


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