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¡Que comience el combate!


Entre las líneas de un libro se esconden infinidad de  mensajes que el escritor dejó sellado en blanco para que tú y yo lo descifráramos en la intimidad. Éste puede ser un manifiesto de un acontecimiento social pero también una apelación a una tercera persona que en su tumba se retuerce por responderle. No debería de sorprendernos, ya que las disputas entre literatos siempre han existido y se han terminado conociendo, a pesar de que la crítica literaria haya querido reflejar tan sólo lo puramente estilístico, con algunas pinceladas biográficas. Predigo tu tedio, y por ello, te anticipo que mi intención es la de  hacerte este artículo lo más fácil y divertido posible, ya que algunas de estas anécdotas te sorprenderán y, algunas de ellas, te harán reír.


En primer lugar, procedente de la época romana, se encuentra Gayo Valerio Catulo, quien en el poema decimosexto de su  Carmina desata su ira sobre las acusaciones constantemente oídas de sus adversarios Aurelio y Furio. A continuación, adjunto el poema en latín:

Predicabo ego vos et irrumabo,
Aureli Pathice et cinaede Furi,
Que mi ex versiculis meis putastis,
Quod sunt molliculi, parum pudicum.
Nam castum esse decen pium poetam.
Ipsum, versiculos nihil necesse est,
Quid tum denique habent salem ac leporem,
Si sunt molliculi ac parum pudici
Et quod pruriat incitare possunt,
Non dico pueris, sed his pilosis
Qui duros nequement movere lumbos.
VOs, quei milia multa basiorum
Legistis, male me maren putatis?
Predicabo ego vos et irrumbao.

Como no te habrás enterado de nada, aquí tienes la traducción de Arturo Soler Ruiz, recogida en la editorial Gredos:

 “Os sodomizaré y me la chuparéis, Aurelio bujarrón y puto Furio, que me habéis considerado poco honesto por mis ligeros versos, porque son muy sensuales. Es verdad que, si conviene que el poeta piadoso sea casto personalmente, en nada es forzoso que lo sean sus versos, ya que entonces al fin tienen sal y gracia, si son muy sensuales y poco pudorosos y pueden provocar excitación. No digo a los jóvenes, sino a esos velludos que no pueden menear sus pesados lomos. Vosotros, porque habéis leído muchos miles de besos, me consideráis poco macho? Os sodomizaré y me la chuparéis”.

Queda claro que las “palabras malsonantes” no es una moda actual.

Y pasamos de los clásicos al siglo XVII, con el enfrentamiento entre  Cervantes y Avellaneda. La gran trascendencia del Quijote ha sido reconocida por la crítica tras sus múltiples lecturas que se asemejan a la diversidad de tendencias literarias que se entrelazan en esta obra. Lógicamente, tal best-seller fue el antídoto que todo escritor hubiera querido elaborar para alcanzar su propio éxito, y hubo quien casi lo consigue: Alonso Fernández de Avellaneda. Sin embargo, mientras éste se disponía a recoger los frutos de su Quijote apócrifo, Cervantes planeaba servir su venganza en plato de postre, ya que plagiar un libro trae sus consecuencias. 


 Hoy día, los estudiosos siguen investigando acerca de la persona que se escondía tras este seudónimo; hay quienes, como Martín Riquer, opinan que su identidad real era la de  Jerónimo de Pasamonte; otros, sin embargo, se decantan por uno de sus grandes enemigos, Lope de Vega. Sea quien fuere, el escritor madrileño tuvo que aguantar insultos como “agresor de sus lectores”, “manco”, “viejo” y/o “murmurador”. En mi opinión, ni él mismo sabría a quien lanzar sus palabras afiladas.


No se quedaron muy atrás nuestros siguientes adversarios: Quevedo versus Góngora. No cabe duda alguna que el esplendor acaecido en el Siglo de Oro se debió a los dos grandes movimientos literarios que la caracterizan: el conceptismo y el culteranismo. En este rin, en un extremo tenemos al gran maestro del culteranismo: Luis de Góngora y Argote; al otro lado, representando el conceptismo, a nuestro inigualable Francisco de Quevedo.
A pesar de que la fama, como el dinero, no tiene ni dueño ni nombre, no por ello estos escritores obviaron tal necesidad para subsistir. Por aquel entonces, Góngora gozaba de ésta, ya que sus sonetos, letrillas y romances eran oídos y leídos por doquier. Al respecto, el trampolín que Quevedo ansiaba saltar se hizo más visible que nunca.  Ambos utilizaron sus composiciones para responderse mutuamente, enfrentamiento que ha quedado plasmado en poemas tan brillantes por su agudeza y picardía.  Para muestra, un botón:

Érase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol mal encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Érase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egipto,
las doce Tribus de narices era.

Érase un naricísimo infinito,
muchísimo nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.


Volvemos a hacer un salto en el tiempo, esta vez hasta el siglo XX: el ruidoso acontecimiento ocurrido en México entre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez. No quedó duda alguna que fue más bien una cuestión personal que literaria. Tras el puñetazo que el escritor peruano propinó al colombiano, si tuviera que aconsejarnos de algo el autor de Soledades sería algo similar al famoso refrán “No metas la nariz donde no te llaman”. 


¿Has oído hablar, alguna vez, de Camilo José Cela? Algunos de sus obras como La colmena o La familia de Pascual Duarte son considerados una fuente de análisis de la literatura española de la posguerra en el ámbito educativo.


 Acérrimo censor literario, se ganó a pulso la enemistad de casi todos sus compatriotas  debido a sus duras críticas a  escritores jóvenes y también a los homosexuales, como Antonio Gala. No obstante, ello no parecía molestarle, pues en muchas de sus obras dedica su éxito “[…] a sus enemigos, que tanto me han ayudado en mi carrera”. 





Por último, es un placer citar a dos escritores y periodistas del siglo XXI: Francisco Umbral y Arturo Pérez Reverte. Entre las duras críticas de nuestro ya  desaparecido Umbral hizo a multitud de literatos, su lengua viperina alcanzó a desprestigiar el estilo  de Pérez Reverte, quien no tuvo tapujos en responderle así:

“A todo eso añade una proverbial cobardía física, que siempre le impidió sostener con hechos lo que desliza desde el cobijo de la tecla. Pero al detalle iremos otro día. Cuando me responda, si tiene huevos. A ver si esta vez no tarda otros cinco años”.

A modo de rúbrica, con la que finalizo este artículo, conjuga una opinión personal junto al bagaje cultural que se podría encasillar dentro de la prensa rosa: los escritores no son sólo una pluma y un papel, sino que sus historias son un reflejo de nuestros sueños, y sus vidas, el precio de los que intentan hacer realidad.


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