Para mis compañeros

La dificultad de calcular nuestras emociones discurre en todos los ámbitos de la vida: en el amor, cuando erras en la persona en la que muestras un interés especial; en la familia, cuando  quieres satisfacer las necesidades de cada uno de ellos y, como consecuencia, te equivocas al dejar a un lado las tuyas propias; y en el voy a hacer mayor hincapié: en el laboral, cuando intentas, con todas tus fuerzas, no trazar lazos de amistad, dejándolo todo en el puro y mero compañerismo...¿qué significa realmente esta palabra? ¿Qué alcance puede abarcar tal vínculo? Me gustaría hacer un guiño al artículo anterior, ya que están intrínsicamente relacionados.
De la numerosa lista de ejemplos que se podrían citar, los vínculos entre compañeros comienzan por satisfacer ciertas metas primarias: mantener un puesto de trabajo, establecer un ambiente emocional estable y/o ascender laboralmente. A medida que se van alcanzando estas metas, se van planteando otras nuevas. 
Entretanto, se hace inevitable la comunicación, los pequeños secretos, las miradas connotativas... pues todo no se resume en "trabajar", sino que día a día se termina forjando una convivencia.
Como consecuencia, en determinados momentos terminamos viviendo la ansiedad de ellos como si fueran  nuestras. ¿Veis? Inconscientemente, empezamos a formar parte de sus vidas, y viceversa. Como en La vida es sueño de Calderón de la Barca, lo que en un principio era una representación teatral donde cada uno representaba un papel, se termina convirtiendo en el escenario de la vida, y nosotros, sus títeres. ¿Quién maneja los hilos? Nuestro gran guionista y autor: el destino. 
Finalmente, llega el día de las despedidas; ha terminado la función en la que has estado actuando durante un tiempo. Sin embargo, en vez de aplausos, recibes palabras de agradecimiento y de buenos augurios de personas a quienes reconoces sus caras y no puedes evitar el revivir los buenos y malos momentos que os han acompañado. Y algunas de sus palabras y de sus miradas se te quedan tatuadas en la retina. Intentas no llorar, pero es más grande el nudo que no te permite tragar, que te hace balbucear frases sueltas que se mezclan entre lágrimas y quejidos de tristeza. Ese día todo se convierte en niebla y sensación de anhelo. Más tarde, cuando la pena mengüe, se irá viendo todo más claro, y reconocerás que tuviste la suerte de llorar cuando sentías impotencia, reír cuando algo o alguien te hacía gracia o gritar cuando viste algún peligro. Y es que todos estos sentimientos fueron evocados de manera natural y espontánea.
 En mi obra teatral, la cual no he querido escribir para hacer única e irrepetible, cada uno de mis compañeros me han enseñado una faceta distinta de mí misma que aún me quedaba por mejorar. Tuve que aprender a madurar y tolerar que otros no piensen y actúen como yo.
Seguramente, la lección más difícil, la que igual me queda aún por retocar, sea la de darme cuenta que sólo seré capaz de controlar el mundo que me rodea, cuando deje, tan sólo por un día, de cometer un sólo error, por ínfimo que sea. Espero que nunca  ocurra y que  nunca  deje de ser humana.

Gracias, compañeros.

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